Por: Jaime Bruno
La comunicación humana es un campo que permite que los humanos podamos entendernos y comunicamos para transmitir una que otra idea, información, mostrar algún sentimiento o simplemente para influir en los demás a que realicen acciones específicas. Esta conexión humana consolida las relaciones sociales enriqueciendo a sus participantes. El instrumento mágico de la comunicación es el lenguaje verbal, realmente es maravilloso y de gran satisfacción poder transmitir un mensaje, una idea. Esta sensación de placer, agrado, alegría o felicidad puede ser aditiva o guardar cierta relación con algunas personas les guste hablar. Aunque no tiene nada de malo, lo cierto es que a veces hablar demasiado y durante largo tiempo es una tortura. Algunas personas hablan hasta por los codos, tanto así que, si les privan de esta libertad, les daría un infarto o si les taparan la boca, les saldrían letras por los poros. Es imposible para ellos guardar silencio, al punto que terminarían charlando o socializando con su teléfono celular si no encuentran con quien conversar.
Las personas que hablan sin parar, regularmente se encuentran en un estado de agitación enfermizo, anómalo, o bien es presa de un egocentrismo sin límite. Esta conducta entre muchos nombres, es llamada comúnmente “Labia o Verborrea”. La verborrea es un síntoma de imposibilidad para establecer una efectiva comunicación, ya que a veces resulta muy agobiante mantener el dialogo que casi siempre tiene un eje definido: el parlanchín mismo. Quienes les rodean tienen que aguantar una exposición detallada de sus opiniones, vivencias, apreciaciones, planes, recuerdos y todo, absolutamente todo lo que gira en torno a su idea. Esto, finalmente, termina agotando a cualquiera.
Saben de todo… y algo más
Los desquiciantes asaltos de verborrea son frecuentes en quienes tienen un rasgo que va estrechamente ligado de sus manos: saben de todo y algo más. Al menos eso es lo que firmemente creen. No existe asunto en el que no hayan incursionado ni materia en la cual no tengan un juicio de valor para exponer. Aunque no tengan estudios sobre algo y aún con poco conocimiento del mismo, no tienen ningún problema en impartir cátedra. Ahora bien, si conocen el tema y lo manejan más o menos bien, el asunto pintaría todavía mucho peor. Son como una conferencia o seminario ambulante, y esto puede llegar a ser una verdadera pesadilla para quienes lo escuchan. De alguna forma es como si sintieran que todos están en un auditorio a la expectativa de lo que van a compartir y de ninguna manera piensan que tengan algo que aprender de los demás.
¿Qué hacer con un verborreico?
Los psicólogos citan que una persona que hace de la verborrea su estilo de comunicación con los demás, no necesariamente tienen problemas de salud mental, más bien es que simplemente poseen un egocentrismo sin límite. Hay algunos estados de manía, ansiedad o agitación que llevan a hablar, hablar y hablar. El discurso sin descanso es una manera de expresar esa angustia, ese ego. Su inquietud les impide callar y/o escuchar. Quizás seguir su discurso interrumpiéndolo con comentarios breves puede ayudar a tranquilizarlo.
Lo que sucede en el caso de los labiosos más egocéntricos, que son los más frecuente, es que la persona no ha desarrollado las herramientas psicológicas para establecer una comunicación de doble vía. Lo suyo es un monólogo y los demás un contenedor. Una audiencia. En esos casos lo mejor es no prestarse para formar parte de su juego narcisista.
El monótono problema es que una vez que caes en su red de palabras, la inercia va a hacer que tiendas a permanecer en ese lugar. Lo desagradable de esta situación es pedirles que se callen como la tan famosa petición del Rey Juan Carlos I de España, al Presidente venezolano Hugo Chávez: “Porque no te callas”. Indudablemente para los labiosos es muy difícil determinar cuándo parar de hablar por sí mismo y dedicarle un breve momento a la escucha.
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