Elitismo o Democracia: El Riesgo Moral de la Ambición Política

Por Ing. Jaime Bruno

El actual Congreso Elector Manolo Tavárez Justo del partido Fuerza del Pueblo nos abre la puerta a una reflexión más compleja y urgente: ¿quiénes están al frente de los procesos políticos y con qué legitimidad moral ejercen ese liderazgo?

El término «elite», heredado del pensamiento clásico, ya no puede ser tratado como un mero marco de análisis sociológico o una etiqueta neutra. Hoy, el elitismo representa un desafío ético profundo para las estructuras democráticas, particularmente cuando se manifiesta con rostro político en contextos emergentes como el nuestro.

Nos enfrentamos a una casta que no solo cree tener derecho al poder, sino que lo considera hereditario, como si la militancia y el mérito fueran un lujo prescindible. Esta lógica perversa podría convertir al partido no en una institución de cambio y participación, sino en un feudo disfrazado de modernidad.

Los elitistas contemporáneos han adoptado una conducta maquiavélica revestida de tecnicismos democráticos. No solo se apropian de los espacios de decisión; los vacían de contenido moral.

En su visión, el liderazgo no es un compromiso con el bien común, sino una herramienta de acumulación personal. Su estilo es excluyente, piramidal y sutilmente autoritario. Como ya advirtieron Mosca, Pareto y Michels, las elites no solo mandan: justifican su poder convencidas de que el pueblo es incapaz de autogobernarse, y que el partido debe moldearse desde arriba hacia abajo, como una maquinaria vertical en la que pensar diferente es sospechoso, y cuestionar, una amenaza.

En Fuerza del Pueblo, ese fenómeno amenaza con reproducir los vicios estructurales del viejo orden político. Lo que debía ser una plataforma de renovación, corre el riesgo de ser cooptada por una minoría ensimismada, obsesionada con las posiciones, pero desconectada del alma colectiva que dio origen al proyecto.

La meritocracia, pieza clave en cualquier estructura democrática, ha sido sustituida por el clientelismo sofisticado: el culto al dirigente, la lealtad ciega como mérito y la obediencia como criterio de ascenso.

El problema del elitismo no es solo político, es fundamentalmente moral. Cuando un dirigente coloca su ambición por encima de la causa, cuando manipula las reglas del juego para preservar su trono, no solo traiciona al partido: traiciona a la esperanza de cientos de miles que sueñan con una política distinta. Y peor aún: convierte al partido en un instrumento vacío, sin raíces ni alma.

La democracia interna no puede seguir siendo una promesa pospuesta. Es tiempo de que la conciencia política despierte, de que las bases retomen su protagonismo y de que se recupere el sentido ético del liderazgo: servir y no servirse; construir, no acumular.

Si no corregimos a tiempo, si permitimos que la casta se imponga sobre la causa, habremos claudicado no solo en lo político, sino en lo moral. Y ese es un precio demasiado alto para un partido que nació como alternativa.

El Motín

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