El fuerte testimonio de una asesina del genocidio de Ruanda

Periodista Digital

Marthe Mukamushinzimana, una mujer con cinco hijos, mantuvo en secreto, durante 15 años, los horribles crímenes que cometió durante el genocidio de Ruanda.

Lo que se había iniciado como un viaje rutinario en búsqueda de agua se convirtió en un desayuno que terminó con dos asesinatos, era el 10 de abril de 1994.

«Cuando (los dos) cayeron al suelo cogí un palo y dije: ‘¡Los tutsies deben morir!’. Después golpeé a uno de ellos y después al otro… yo fui una de las asesinas», afirma la mujer de 70 años.

Fue el testimonio de Mukamushinzimana a la BBC, ya vestida con el uniforme anaranjado de la prisión y hablando con una voz tenue y calmada, según afirma Natalia Ojewska.

Esos fueron dos de los 800.000 asesinatos de miembros de la etnia tutsi y de los hutus que ocurrieron en Ruanda durante tan solo 100 días.

Después de su participación en la masacre, Mukankuranga, una hutu, regresó a su casa donde la esperaban sus hijos sintiéndose profundamente avergonzada.

Todavía la persiguen los recuerdos de lo que hice.

«Soy madre y maté a los padres de unos niños», afirma.

Unos pocos días después, dos aterrados niños tutsi, cuyos padres acababan de ser asesinados con machetes, tocaron a su puerta pidiendo refugio.

«Ola de culpabilidad»

La mujer no vaciló y los escondió en el ático, donde los niños sobrevivieron las masacres.

«Aún cuando salvé a los niños, les fallé a esos dos hombres. Esa ayuda nunca cambiará la ola de culpabilidad», afirma Mukankuranga.

96.000 mujeres condenadas por su participación en el genocidio. Algunas mataron adultos, como Mukankuranga, otras mataron niños y otras más alentaron a hombres para que cometieran violaciones y asesinatos.

En la noche del 6 de abril de 1994, un avión que transportaba al presidente hutu de Ruanda, Juvenal Habyarimana, fue derribado a tiros cuando se acercaba al aeropuerto de la capital, Kigali.

A pesar de que las identidades de los asesinos nunca fueron establecidas, extremistas hutus de inmediato acusaron a rebeldes tutsis de haber llevado a cabo el ataque.

Pocas horas después, miles de hutus, adoctrinados durante décadas con aborrecible propaganda étnica, se unieron en la matanza organizada.

La participación de las mujeres desafía el estereotipo de las mujeres de Ruanda como protectoras y tranquilizadoras.

Sin embargo, una vez que se encendió la chispa de las atrocidades, miles de mujeres actuaron como agentes de violencia junto con los hombres.

Pauline Nyiramasuhuko, exministra para el Desarrollo de la Familia y la Mujer, era una de las pocas mujeres en Ruanda que ocupaba una posición importante de liderazgo en la escena política dominada por hombres.

Ella jugó un papel crítico en orquestar el genocidio.

En 2011, el Tribunal Criminal Internacional para Ruanda la declaró culpable de genocidio.

Sigue siendo la única mujer que ha sido sentenciada por violación como crimen contra la humanidad.

Nyiramasuhuko estaba a cargo de los milicianos que violaron a mujeres tutsi en la Oficina de la Prefectura de Butare.

Pero mientras ella estaba en una posición de liderazgo, algunas mujeres comunes y corrientes también incitaron a hombres.

Otras no tuvieron reservas para usar cualquier arma a su disposición para masacrar a sus vecinos.

No hay programas de rehabilitación especiales para las mujeres genocidas y mucha gente no puede reconciliar lo que ellas hicieron con las percepciones tradicionales del papel de una mujer.

«El genocidio es un crimen contra las comunidades enteras. No sólo daña la dignidad de las víctimas, sino también la de los perpetradores. Y esas personas también necesitan recuperarse», dice Fidele Ndayisaba, secretario ejecutivo de la Comisión para la Unidad y Reconciliación Nacional de Ruanda.

Se insta a las mujeres genocidas que revelan la verdad a que escriban cartas a sus familiares y a los familiares de sus víctimas para poder lograr la confianza paso a paso.

El Motín

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