Consenso o Elección: El Verdadero Dilema de una Demarcación Saturada de Egos

Por Jaime Bruno

En el corazón del Congreso Elector “Manolo Tavárez Justo”, una paradoja política sacude las bases del partido Fuerza del Pueblo en la Circunscripción #1 del exterior: el consenso como antídoto al conflicto o la elección como consagración de la democracia interna. ¿Qué conviene más a un escenario donde los egos, las agendas personales y los intereses particulares han tejido un panorama de tensiones y desconfianza?

Lo que en principio parecía una sabia recomendación desde la alta dirección, buscar consensos para evitar rupturas, ha terminado por convertirse en una amenaza latente a los pilares fundacionales del partido: participación plural, transparencia y democracia interna. El “consenso sugerido” se percibe, no como una invitación fraterna al entendimiento, sino como una directriz vertical que ha herido la legitimidad del proceso. Lo que debía ser un congreso electoral ha sido desplazado por una figura ambigua: el “consenso elector”.

El consenso en política es valioso cuando es auténtico, horizontal y voluntario. Pero cuando se promueve sin consultar a las bases, sin escuchar el sentir de quienes han sacrificado tiempo, recursos y credibilidad construyendo propuestas y equipos, se transforma en una maniobra excluyente. Más aún, si ese consenso termina sirviendo de escudo para preservar estructuras ineficientes, figuras desgastadas o liderazgos caducos, lo que se está pactando no es unidad, sino mediocridad.

En demarcaciones complejas, donde el ego y las ambiciones personales son moneda corriente, el consenso puede volverse una farsa: una máscara de paz que oculta la continuidad de privilegios y la negación del relevo. Aquí, el llamado “miedo al conflicto” se convierte en excusa para evadir el juicio de las urnas, y peor aún, para silenciar el derecho de competir. En este contexto, la elección no es solo un acto administrativo; es un grito de dignidad, una reivindicación del derecho a participar, a ser escuchado y evaluado por las bases.

Afortunadamente, algunos compañeros han decidido inscribir sus candidaturas como un acto de responsabilidad política, no de rebeldía. Porque respetar los Estatutos y ejercer derechos no es un desafío al orden, sino su reafirmación. Impedir esa competencia bajo el argumento de evitar fricciones es infantilizar la política y desconocer la riqueza del disenso como motor de la evolución institucional.

La Comisión Electoral lo dijo claro: en donde no haya consenso real, se debe proceder con elecciones limpias y con padrón depurado. Cualquier otra interpretación es una distorsión peligrosa y una concesión al miedo.

En definitiva, un partido político no se fortalece reprimiendo las diferencias, sino institucionalizándolas. Se crece cuando se compite, se respeta y se construyen mayorías legítimas. Un verdadero liderazgo no teme al voto libre, lo abraza; no teme al adversario interno, lo respeta; no impone, propone.

Si en esta demarcación no se permite la elección con reglas claras, entonces habremos convertido el consenso en una trampa. Y eso, a la larga, fragmentará más al partido que cualquier candidatura.

Fuerza del Pueblo debe decidir qué quiere ser: ¿una organización viva, plural y moderna o una estructura asustada que prefiere la comodidad del acomodo antes que la vitalidad de la competencia?

El Motín