PARIS, FRANCIA.-Joël Le Scouarnec, un cirujano con buena reputación, padre de tres hijos y 30 años de una exitosa carrera que se encaminaba a la jubilación, era un hombre meticuloso. Especialmente cuando se trataba de anotar en unas pequeñas libretas negras el horror al que había sometido a centenares de niños en su consulta o en los hospitales donde trabajó. La policía las encontró en su domicilio el día que entró a registrarlo alertados por la denuncia de la hija pequeña de unos vecinos, que le acusó de exhibicionismo y de haberla penetrado con los dedos desde la verja de la casa contigua. Nada más entrar, la policía francesa supo que se encontraban ante uno de los mayores casos de abusos de la historia de Francia.
Los gendarmes descubrieron primero unas 70 muñecas, de niños y niñas, que iban desde bebés hasta representaciones de chicos de 12 años. En algunas de ellas, Le Scouarnec había atado consoladores y artilugios sexuales. Su casa también estaba llena de pelucas e imágenes de pornografía infantil. Bajo su colchón, los agentes hallaron discos duros que contenían más de 300.000 archivos, algunos de ellos de una violencia extrema. También se hallaron archivos informáticos con documentos donde el cirujano había catalogado, día tras día, los nombres de cientos de pacientes, en su mayoría menores, a quienes había sometido a abusos sexuales, incluyendo tocamientos y penetraciones vaginales y anales con los dedos. Abusó tanto de niños como de niñas, algunos de apenas unos meses de edad, otros ya adultos.
Francia asistió el lunes a la primera sesión de un nuevo macrojuicio por agresiones sexuales. Cuando todavía retumba el eco mediático y social del caso de Gisèle Pelicot, la mujer a quien su marido entregó a decenas de hombres para que fuera violada mientras se encontraba drogada, este lunes comienza el proceso a Le Scouarnec en Vannes (Bretaña), acusado de haber abusado sexualmente durante 25 años de cerca de 300 niños y adolescentes -casi todos menores- amparado mientas, teóricamente, realizaba su trabajo de cirujano. Por la tarde, después de varias horas sentado en el banquillo de los acusados, Le Scouarnec tomó brevemente la palabra. “Si comparezco ante ustedes es porque cometí actos atroces mientras la mayoría aún eran solo niños. Si entiendo y comparto el sufrimiento que cada una de estas personas ha podido experimentar, la gran violencia de mis escritos, me esfuerzo en todos los interrogatorios por reconocer lo que fueron hechos de violación y agresión sexual. Quisiera precisar que, a mis ojos, no lo eran. Soy plenamente consciente de que estas heridas son imborrables e irreparables, no puedo volver atrás. Le debo a todas estas personas y a sus seres queridos asumir la responsabilidad de mis actos a lo largo de toda su vida”, señaló.
Le Scouarnec, además, se encuentra detenido por otros cuatro casos juzgados en 2020 -ya ha sido condenado- y se enfrenta a 20 años de prisión, la pena máxima para el delito de violación en Francia. El promedio de edad de sus presuntas víctimas al sufrir los abusos es de 11 años, según confirmó el fiscal del caso, Stéphane Kellenberger. Del total, 158 son hombres y 141 son mujeres. Sólo 14 de ellas tenían más de 20 años cuando fueron agredidas, mientras que 256 eran menores de 15.
El acusado registraba de manera cuidadosa el nombre de las víctimas, su edad, su domicilio, el hospital donde trabajaba, la fecha y la descripción de los hechos cometidos. Como si fuera la ficha de un paciente corriente y no de un menor del que abusaba. Además, narraba lo que sentía al cometer estos crímenes, dirigiéndose directamente a sus víctimas, como si quisiera compartir con ellas su emociones. Cuando escribía sobre sus crímenes en sus cuadernos, parecía revivirlos con placer, expresando además varias fantasías. Llamaba sus víctimas ”Mi querida…” o ”Mi pequeño…”, y en algunas ocasiones concluía su relato con un ”te amo”. En una de las anotaciones, el hombre se declaraba pedófilo y mostraba su orgullo por serlo. En el registro también se encontraron archivos con el nombre vulvettes (vulvitas) y quequettes (colitas), fotomontajes con imágenes de niños, así como otros elementos que demuestran su participación en actividades sadomasoquistas, escatológicas y zoofílicas con sus mascotas. Los investigadores hallaron también lo que llamaron ”los cuadernos negros”: esos diarios manuscritos en los que, durante esos 30 años, escribió relatos de contenido pedófilo, con títulos como “Mis cartas pedófilas”, intentando darles una pátina casi filósofica. A diferencia de muchos de los grandes casos de pederastia, no parece que su conducta pudiese relacionarse con algún elemento biográfico del pasado. Al contrario.
Le Scouarnec nació en 1950 en París y creció en una familia humilde. Su padre fue primero ebanista y luego trabajó luego en el sector bancario, mientras que su madre fue portera de una finca. El entorno familiar en el que creció era relativamente normal. Desde los 10 años se interesó por la medicina. Fue un estudiante brillante, aunque solitario. Se graduó en 1981, especializándose luego en cirugía visceral y ginecológica. Durante sus estudios, conoció a su esposa, quien era auxiliar de enfermería. Al principio, la pareja vivió en una casa en Perrusson, en Indre-et-Loire. Llevaban una vida acomodada con sus tres hijos, realizaban viajes y practicaban sus aficiones con discreción. Nadie tuvo nunca la impresión de que pudiese llevar una doble vida. Una de las sobrinas del médico, sin embargo, relató a algunos medios en 2021 que su tío era un “monstruo” y que su esposa era plenamente consciente de las atrocidades que cometía. “No era un tabú en la familia”, aseguró.
Los primeros delitos de abuso infantil con sus pacientes se remontan a 1985 y se hicieron cada vez más frecuentes hasta volverse habituales. Primero realizaba tocamientos sexuales bajo la apariencia de procedimientos médicos que podían parecer legítimos a los pacientes, sus familias o incluso al personal médico. Los cometía mientras sus víctimas estaban anestesiadas o no tenían plena conciencia de la realidad, según explicó el fiscal de Lorient, Stéphane Kellenberger.
Sus víctimas solían ser niños ingresados para operaciones de apendicitis, a veces de urgencia. Entre las 299 víctimas identificadas por la fiscalía de Lorient, la edad promedio es de 11 años. Rara vez cometía estos crímenes en la sala de operaciones, ya que el riesgo de ser descubierto era demasiado alto. Prefería encontrarse a solas con los pacientes en sus habitaciones. Muchas veces, los niños estaban dormidos o aturdidos, pero en ocasiones estaban completamente despiertos. Varias víctimas han declarado que no se dieron cuenta de lo que ocurría, creyendo que los tocamientos formaban parte del procedimiento médico.
Los gendarmes que se ocuparon del caso llegaron a identificar a 314 víctimas de los abusos de Le Scouarnec, que ante la magistrada instructora reconoció su implicación en buena parte de los hechos que él mismo había puesto por escrito. Sus abogados pidieron que se archivaran los procedimientos por 85 de esas víctimas alegando que había prescripción y al final en el acta de acusación han quedado 299, algo más de la mitad de sexo masculino.
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