Por Anner Victoriano
La madrugada del martes 8 de abril de 2025 quedó marcada como uno de los episodios más dolorosos de la vida urbana dominicana. En medio de un evento conmemorativo, con la pista llena y la música en su punto más alto, el techo de la discoteca Jet Set, uno de los templos históricos del entretenimiento capitalino, se desplomó. El saldo fue devastador: Doscientas treinta y tres personas fallecidas y cientos de heridos. Un mes después, el país sigue intentando asimilar una tragedia que dejó mucho más que escombros.
La caída del Jet Set fue, en muchos sentidos, el colapso de una estructura física, pero también simbólica. Cayó el techo, pero también se desplomaron décadas de confianza acumulada en espacios icónicos que formaron parte de la cultura nocturna de varias generaciones. Lo que para muchos era sinónimo de elegancia, de estatus y de tradición, hoy representa una mezcla de dolor, irresponsabilidad y ausencia institucional.
Durante años, Jet Set fue más que una discoteca. Fue un escenario donde se presentaron grandes del merengue y la salsa, una pasarela para figuras del espectáculo, y un punto de encuentro para quienes deseaban experimentar el lujo tropical de la noche dominicana. Pero también, según revelaron las investigaciones posteriores, fue un edificio que no había sido inspeccionado ni actualizado estructuralmente en décadas. El peso acumulado en su techo —condensadores, plantas eléctricas, y estructuras añadidas sin supervisión adecuada— terminó cobrando una factura impagable.
Las imágenes de la tragedia —los cuerpos, el caos, la confusión— aún habitan la memoria de los testigos y familiares. Sin embargo, lo que más duele no es el colapso en sí, sino la suma de silencios que lo permitieron. ¿Cómo es posible que un lugar tan concurrido operara al margen de protocolos básicos de seguridad estructural? ¿Dónde estaban los entes responsables de velar por la integridad de los edificios de uso público? ¿Cuántos otros Jet Set existen aún, intactos solo por suerte?
La tragedia nos deja una tarea que no puede ser ignorada: repensar la cultura del espectáculo sin seguridad, del negocio sin inspección, del lucro sin responsabilidad. Esta no es una oportunidad para buscar culpables individuales únicamente, sino para entender que la negligencia no siempre es visible… hasta que lo es, en forma de techo roto y vidas truncadas.
A un mes del colapso, el país no necesita solo homenajes y flores: necesita reformas. Que los espacios de diversión sean también espacios seguros. Que la música nunca vuelva a sonar como telón de fondo de una tragedia evitable. Que los nombres de las víctimas no se disuelvan entre hashtags, sino que sirvan como recordatorio permanente de lo que no supimos prevenir.
Que el Jet Set caído sea, entonces, una advertencia grabada en concreto y sangre: o reconstruimos con conciencia, o seguiremos bailando bajo techos que ya no aguantan más.
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