Por José Manuel Vargas González (Vargazo)
En la para ese entonces, avenida Teniente Amado García Guerrero, en su tramo de acera comprendido entre las calles Damián del Castillo y Paris, del sector de Villa Francisca, y justo frente al Parque Rosa Duarte. Estaba un billar, que en su lado izquierdo estaba ubicada una barbería cuyo dueño era un señor de apellido Galán, y en donde de lunes a sábado, en horario de la tarde, los billetero Carmelo y Diógenes acostumbraban a instalarse con su respectivos burros de ventas de billetes y quinielas de la Lotería Nacional.
Volviendo al mencionado establecimiento de recreación para varones jóvenes y adultos, a su lado derecho tenía una cafetería y el Cine Trianón. Este último, pese a ser sin techo, al aire libre, era muy concurrido; sobre todo por los adolescentes, en especial los días domingos, en su tanda vespertina.
Ese billar, la tarde del sábado 23 de abril de 1966, un día antes de cumplirse el primer aniversario de la fecha de inicio de la recién librada Guerra Patria, el 24 de abril de 1965. Fue el escenario de un lamentable hecho que conmocionó a los habitantes del área. Y que no generó la debida inmediata reacción violenta de los observadores, gracias a la actuación –también inmediata- del general José de Jesús Morillo López, a la sazón, el jefe de la Policía Nacional.
¿Qué cómo así? Veamos:
Jóvenes del sector, que en su mayoría eran militantes y simpatizantes de organizaciones de la izquierda revolucionaria (concretamente, del MR-1J4; MPD, así también del PRD, y escogiendo de escenario la intersección de las calles Damián Del Castillo y Juan Bautista Vicini, en Villa Francisca, iniciaron la realización de lo que se denominaba “micromitin relámpago”.
Yo, ya era simpatizante organizado del Movimiento Popular Dominicano (MPD).
En el desarrollo del micromitin, al lugar se presenta una patrulla compuesta por cuatro militares pertenecientes al Ejército Nacional; los cuales, armados de fusiles, y eran parte del fuerte patrullaje en el sector, por la ocasión de la fecha el aniversario – reitero- del inicio de la librada guerra patria.
Esos soldados, a su llegada, y de inmediato. Hicieron disparos al aire. Lo cual, provocó la dispersión de los manifestantes. Algunos de los cuales, subieron por la calle Damián del Castillo, hasta la avenida 27 de febrero, siendo perseguidos por esos guardias.
Al arriba citado billar, el cual estaba atestado de jóvenes asiduos frecuentadores, penetró uno de esos guardias, con su fusil en mano. En cambio, los otros tres que le acompañaban, llevando en sus manos el arma de guerra, se quedaron fuera, en actitud de vigilancia.
Ya dentro, encañonó a los allí presentes. Ordenó salir del lugar. Mas, no así a un joven que había acudido a dicho centro de diversión para botar el golpe. Y al cual, sin mediar palabras entre ellos dos, le hiciere par de disparos. Provocándole la muerte instantánea.
Rafaelito Correa, el nombre y apellido del asesinado joven. Quien era bien tranquilo, sociable, cuyo entretenimiento era jugar billar, y sus hermanos eran Bienvenido Correa, Vinicio Correa, Lourdes Correa. Esta última, estaba casada con un señor apodado “Papito”, que para entonces era un represivo mayor de la Policía Nacional, adscrito al Departamento Fortaleza Ozama, (Contramotines), mejor conocidos como los “Cascos Blancos”.
Rafelito, Bienvenido, Vinicio, Lourdes y Papito, residían en la casa marcada con el número 96, de la calle Pimentel, en su tramo comprendido entre las calles- Paris y José Joaquín Puello, de la barriada de Villa Consuelo. Y junto con ellos también estaban los esposos Cilito y Marina, que eran el padre y la madre de los cuatro primeros.
Vinicio, en ese entonces el más joven, años después se gradúa de médico en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). E ingresare a la institución Ejercito Nacional (EN). La última vez que nos encontramos, ostentaba el rango de mayor.
Vuelvo a lo acaecido en ese billar ese día. Quienes desde el Parque Rosa Duarte, en ese instante, nos quedamos asombrados por ese asesinato. Estupefactos. Anonadados, por un momento. Mas, de inmediato reaccionamos, vociferando consignas contra éstos militares.
En el momento que se tornaba ácido el ambiente, y cuando el joven asesinado era subido al jeep que transportaba a los militares. ¡Oh paradoja de la vida!
En ese instante mismo, al lugar hace acto de presencia el general del Ejercito Nacional, José de Jesús Morillo López, a la sazón –reitero- Jefe de la Policía Nacional. Quien estaba recorriendo los llamados barrios más calientes, politizados, de la ciudad capital
Andaba acompañado de una escolta de dos vehículos, cargados de militares fuertemente armados. Y, quienes detienen la marcha. Y, se desmontan sus ocupantes.
El general, ha seguidas ordena apuntar hacia aquellos cuatro guardias. Y, en voz alta, les exhorta a deponer las armas, tirarlas al suelo. Éstos obedecieron.
Por instrucción directa de él, acto seguido son detenidos. Y, montados en uno de los vehículos. Ante ese decidido gesto así como la firme actuación, asumida por el general, los presentes aplaudimos de manera calurosa. Y la situación no se torno ácida.
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